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Una niña sueña con la paz en Palestina

Por Ana Loredo

Por Ana Loredo

Activista de Amnistía Internacional

En el territorio palestino ocupado existe una niña de 10 años cuyo nombre significa poema de amor. Se llama Ghazal y aunque quisiera imaginarla como una pequeña sonriente, de mejillas rosadas y risa contagiosa, la realidad es otra. 

Resulta difícil visualizarla corriendo por las calles mientras juega con otros niños de la cuadra, o volando cometas en un parque. Desde 1967, esta región —ocupada ilegalmente por Israel de acuerdo con la Corte Internacional de Justicia— ha sido escenario de una violencia constante, intensificada tras la ofensiva de Hamás el 7 de octubre de 2023. Las ciudades se han convertido en cementerios.

Bajo los escombros no solo yacen cuerpos, sino también sueños y la idea misma de normalidad. En esta nueva vida, Palestina se convirtió en uno de los lugares más peligrosos para vivir la infancia. 

Así lo constatan organizaciones internacionales. “En los dos últimos años se ha constatado la muerte o la mutilación de la escalofriante cifra de 64.000 niños y niñas en toda la Franja de Gaza, entre ellos al menos mil bebés”, afirmó la directora ejecutiva de UNICEF (el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, por sus siglas en inglés), Catherine Russell. “No sabemos cuántos más habrán muerto a causa de enfermedades prevenibles ni cuántos seguirán enterrados entre los escombros”, advirtió. 

Para los 2,38 millones de niños y niñas que aún viven en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, su infancia se ha vuelto un relato de supervivencia y de dolor, que a veces llega hasta los medios de comunicación a enternecer por un rato al televidente o lector. Esto no basta. 

Amnistía Internacional y Save The Children lanzaron la campaña “Let Children Live” (Dejen a los Niños Vivir), para devolverle su identidad a la infancia palestina, nombrarlos para recordar que no son solo cifras, son seres humanos en la etapa más vulnerable de su desarrollo. 

Ghazal es uno de esos nombres. La lista también incluye a Sham, Lina, Zaid, Ibrahim, Ahmed, Zain, Kareem, Sarah. No se necesita ver sus fotografías para saber que sus rostros reflejan la batalla entre la inocencia de la infancia y la dureza de la realidad vivida. 

Cada noche, mientras millones de niñas y niños duermen apaciblemente en sus camas, después de haber recibido las buenas noches de su familia y quizás haber escuchado una historia antes de dormir, Ghazal tal vez se despierte sobresaltada por pesadillas de cohetes y destrucción, una señal de estrés postramático, frecuente en personas que viven en zonas de conflicto armado. 

O quizás sea el hambre lo que le impide conciliar el sueño. El pasado 22 de agosto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), declaró oficialmente la hambruna en Gaza y áreas aledañas. Desde entonces, se han registrado más de 39 muertes infantiles relacionadas con la desnutrición.  

La situación se tornó alarmantemente crítica tras meses en que Israel bloqueó la entrada de ayuda humanitaria, argumentando que Hamás se beneficiaba de la entrega de suministros. 

El sistema de reparto impuesto obligó a familias enteras a arriesgar sus vidas por un poco de comida. En varias ocasiones, las tropas israelíes abrieron fuego cerca de los puntos de entrega, provocando la muerte de unas 2,500 personas, según el Ministerio de Salud de Gaza.

El poeta español Antonio Machado escribió sobre un niño que soñaba con un caballo de cartón. ¿Con qué sueñan los niños de Palestina? Tal vez con un plato de comida en sus mesas, una casa que no esté reducida a ruinas, con ver de nuevo a sus familiares fallecidos, o con regresar a la escuela. Sueñan, quizá, con que la paz deje de ser solo una palabra del diccionario. 

Al otro lado del mundo, el miércoles 8 de octubre de este año, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció que Israel y Hamás “han firmado la primera fase” de un acuerdo para Gaza “hacia una paz sólida, duradera y eterna”, escribió el estadounidense en Truth Social.

Es una buena noticia. Los líderes se felicitan, algunos hasta se imaginaban recibiendo el Premio Nobel de la Paz. Pero el “alto al fuego” llega demasiado tarde para las niñas y niños que ya murieron en estos dos años de conflicto. 

Visto bajo una luz de esperanza, llega a tiempo para Ghazal y los que sobrevivieron. Ahora, una generación muy joven deberá vivir el proceso de pacificación de su hogar mientras sana las heridas físicas y emocionales aún abiertas. Este proceso es la única posibilidad de un futuro distinto para su país.

Machado cerró su poema con un verso triste:

“El niño se despertó. Tenía el puño cerrado. ¡El caballito voló! Quedóse el niño muy serio pensando que no es verdad un caballito soñado. Y ya no volvió a soñar.”

Ojalá que, a diferencia de aquel niño, las niñas y niños de Palestina no dejen de soñar. Que la paz no sea, para ellos, un caballo que nunca puedan cabalgar.

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