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Niñez Defensora de Derechos Humanos: Rompiendo el Adultocentrismo para una Sociedad Inclusiva

Por Misael Vázquez

Por Misael Vázquez

Activista de Amnistía Internacional México

Recuerda cómo cuando aún estabas viviendo tu niñez o adolescencia, y tenías algo importante que decir, pero cada vez que intentas expresarlo, alguien mayor te interrumpe con un “cuando seas grande lo entenderás”. ¿Recuerdas cómo era? ¿recuerdas cómo te sentías cada vez? porque eso ocurre todo el tiempo: en la escuela, en casa, en reuniones donde se toman decisiones que afectan nuestra vida. Esa es todavía la realidad para muchas niñas, niños y adolescentes, quienes nos enfrentamos a una barrera constante al querer ser escuchadas y tomadas en serio. A esto se le llama adultocentrismo, y no es solo una actitud condescendiente, sino un obstáculo real que limita la participación de la niñez en temas fundamentales que influyen en nuestro presente y futuro.

Pero cada vez somos más quienes nos negamos a quedarnos en silencio. Estamos aquí y exigimos ser parte de las decisiones que impactan nuestras vidas. El problema no es que las niñeces no entendamos el mundo, el problema es que el mundo no está dispuesto a escucharnos.

¿Qué es el adultocentrismo y por qué es un problema?

El adultocentrismo es la idea de que las personas adultas son las únicas capaces de tomar decisiones importantes, mientras que la niñez solo puede observar, aprender y esperar su turno para opinar. Esta forma de pensar se traduce en acciones concretas que limitan nuestra participación y deslegitiman nuestras voces. Cómo cuando se nos dice que no podemos asistir a una protesta “por nuestra seguridad” en lugar de crear protocolos de seguridad que nos incluyan, o cuando los medios de comunicación tratan nuestras demandas como algo ingenuo y sin importancia. Sin embargo, la realidad es que nuestra participación activa ha logrado cambios en la legislación ambiental, impulsado reformas educativas y denunciado injusticias sociales. No es que no entendamos, es que muchas veces los adultos no nos toman en serio.

Lo que dice la ley sobre nuestro derecho a participar

La Convención sobre los Derechos del Niño (CDN) reconoce que niñas, niños y adolescentes somos sujetos de derechos y tenemos voz propia. Algunos de los artículos más importantes son:

  • Artículo 12: Derecho a ser escuchadas en todos los asuntos que nos afecten.
  • Artículo 13: Libertad de expresión y acceso a información.
  • Artículo 15: Derecho a asociarnos y reunirnos pacíficamente.

Entonces, si la los tratados internacionales nos respaldan, ¿por qué seguimos teniendo que pelear para que se nos escuche?

Barreras que enfrentamos como defensoras y defensores de derechos humanos

La discriminación por edad se manifiesta en todos los espacios. No importa si estamos en casa, en la escuela, en una reunión política o en redes sociales, siempre hay alguien minimizando lo que decimos. Esto ocurre de distintas formas:

Por un lado, en la sociedad, todavía existe la idea de que la niñez es incapaz de tomar decisiones responsables. A muchas y muchos nos han dicho que estamos siendo manipuladas cuando expresamos una opinión firme o que no podemos hablar de ciertos temas porque “no es apropiado para nuestra edad”.

Cuando se nos impide participar en manifestaciones por supuestos motivos de seguridad, en realidad no consideran el peligro de no poder salir a exigir por nuestros derechos. También es muy difícil que las políticas públicas incluyan nuestra perspectiva, porque las personas que toman decisiones no voltean a vernos y preguntar qué necesitamos cuando son esas decisiones las que afectan nuestro presente y futuro.

Y en los medios de comunicación, nuestras voces son minimizadas o presentadas de manera infantil. Si una adolescente protesta contra la crisis climática, es “una joven soñadora”, pero si lo hace una persona adulta, es “una activista con causa”. Este doble estándar que hace que nuestras luchas no sean tomadas en serio, muchas veces es lo que hace que no se visibilicen en absoluto.

Un grupo de trece niñas y adolescentes activistas amazónicas llamado "Guerreras por la Amazonía" (GxA), enfrentan estigmatización e intimidación por proteger la Amazonía ecuatoriana contra las antorchas de gas que contaminan sus comunidades y contribuyen a la crisis climática. Fotografía de Iván Martínez / Amnesty International

¿Por qué es urgente reconocer y motivar nuestra participación?

Primero, porque las decisiones que se toman hoy afectan directamente nuestras vidas. No podemos esperar a ser mayores para luchar contra el cambio climático, porque el planeta no va a esperar. No podemos quedarnos calladas y callados frente a la violencia, porque la vivimos todos los días en nuestras comunidades y escuelas. Defender nuestros derechos no es algo opcional, es una necesidad.

Segundo, porque si se nos reconoce como defensoras y defensores, también se deben crear mecanismos de protección adecuados para nosotras y nosotros. Muchas veces quienes alzamos la voz sufrimos violencia, amenazas o exclusión. Si los adultos realmente quieren protegernos, deberían empezar por garantizar que podamos participar de manera segura.

Y tercero, porque una sociedad que realmente se dice democrática debe incluir todas las voces, no solo las de las personas adultas. Hablar de derechos humanos sin incluir a la niñez es una contradicción. No podemos seguir construyendo un mundo solo desde una perspectiva adulta, nuestra participación es crucial.

¿Qué podemos hacer para cambiar esto?

Es fundamental que la sociedad empiece a validar nuestras opiniones sin condescendencia. No necesitamos que nos digan que somos muy listas para nuestra edad”, necesitamos que nos escuchen sin tratar de corregirnos o suavizar nuestras ideas. También necesitamos espacios seguros donde podamos expresarnos sin miedo a represalias.

Los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad, necesitamos que reporten sobre nuestro activismo con seriedad y sin infantilizarnos, que nos den espacio para hablar en primera persona y que eviten tratar nuestras demandas como algo anecdótico. Deben dejar de presentarnos como víctimas o como símbolos de ternura cuando luchamos por nuestros derechos.

Las instituciones deben hacer cambios reales en sus estructuras que incluyan la participación de niñas, niños y adolescentes interesadas. No basta con invitarnos a eventos simbólicos o a mesas de diálogo donde la prioridad es la fotografía del evento. Es necesario que se creen mecanismos de participación reales, donde nuestras opiniones sean vinculantes y no solo decorativas. También deben garantizar que quienes defienden los derechos humanos desde la niñez estén protegidas frente a represalias.

Romper con el adultocentrismo no es solo responsabilidad de las personas adultas, aunque hay cambios que sí dependen de quienes tienen el poder de decidir, también implica que nosotras y nosotros sigamos exigiendo y ocupando espacios, porque nuestra participación es legítima.

No somos el futuro, somos el presente

Durante mucho tiempo se nos ha dicho que somos el futuro, pero la realidad es que estamos actuando ahora. No podemos seguir esperando a que nos den permiso para opinar, ni aceptar que nos digan que nuestra voz no cuenta. Defender los derechos humanos no es algo exclusivo de las personas adultas, es algo que nos involucra a todas y todos.

El adultocentrismo no solo nos afecta a nosotras y nosotros, también empobrece a la sociedad en su conjunto. Una comunidad que no escucha a su niñez es una comunidad que ignora las virtudes de las soluciones creativas, que se niega a evolucionar y que perpetúa injusticias. Si realmente queremos un mundo más justo, debemos empezar por romper con la idea de que solo las personas adultas tienen derecho a decidir.

¿Y ahora?

La próxima vez que escuches a una niña, niño o adolescente expresar su opinión, pregúntate lo siguiente: ¿Le escucharías igual si fuera una persona adulta? ¿Le cuestionarías de la misma manera? ¿Le darías el mismo espacio para expresarse?

Si la respuesta es no, entonces todavía hay mucho que cambiar. ¿Estás dispuesta a hacerlo?

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