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“Secuestrar y deportar sistemáticamente a niños y niñas es un crimen contra la humanidad”

Por Jacqui Goegebeur

Por Jacqui Goegebeur

Activista Metis

Jacqui Goegebeur fue una de los miles de niños y niñas “metis” (de origen mixto afroeuropeo) secuestrados sistemáticamente de sus madres durante el gobierno colonial belga en Ruanda, Burundi y República Democrática del Congo hace 70 años. Cuando tenía tres años, Jacqui fue secuestrada y enviada a vivir en Bélgica con personas desconocidas. Su familia se rompió, dejando un legado de dolor y sufrimiento que aún se siente hoy día.

En diciembre de 2024, en una decisión que debería haberse tomado mucho antes, Bélgica fue declarada responsable de crímenes de lesa humanidad por el trato que dio a los niños y niñas metis durante su largo periodo de gobierno colonial. En su sentencia histórica, el Tribunal de Apelación de Bruselas ordenó al Estado belga que indemnizara a las víctimas por el daño moral causado por la “pérdida de su conexión con sus madres y el daño a su identidad”.

Aquí, Jacqui, que ahora tiene 69 años, revela cómo fue crecer en Bélgica como niña metis, cómo se ha reconciliado con su pasado, y por qué no va a dejar de luchar por la justicia.

Siembre viví con la idea de que mi madre no nos quería, pero no creo que fuera así. Nací en Kigali, Ruanda, de madre africana y padre belga. Por aquel entonces, Ruanda estaba bajo el gobierno colonial de Bélgica. Las autoridades belgas impusieron la segregación racial y prohibieron los matrimonios interraciales en sus colonias. A mí me clasificaron como “mula humana” o mestiza, como nos conocían: una niña que no sabía a qué grupo pertenecía.

Mi padre murió cuando yo tenía seis meses, y mi vida cambió radicalmente. Tras el entierro de mi padre, a mi hermano se lo llevaron las autoridades belgas y lo metieron en un internado católico en Kigali. Se lo llevaron porque mi madre era africana y a nosotros, como metis, nos consideraban una amenaza para el orden supremacista blanco sobre el que se cimentaba el proyecto colonial.

Ni siquiera se lo dijeron a mi madre ni le pidieron permiso. Ella fue a buscar a su hijo, pero le soltaron a los perros. A mi hermano lo reasentaron en un condado protestante en Burundi, donde tuvo que valerse por sí mismo como sirviente y más tarde fue enviado a Dinamarca.

Cuando cumplí tres años y mi hermana tenía cinco, las autoridades coloniales nos consideraron “independientes”. Creían que mi madre ya no hacía falta. Tras varios intentos mediante orden policial, mi hermana y yo fuimos secuestradas y trasladadas a una institución para niños y niñas “mestizos”. Me dijeron que mi madre trató de impedirlo.

Estuvimos allí seis meses. Después de eso, me enviaron a Bélgica con una familia adoptiva en la costa, mientras que a mi hermana la enviaron a la otra punta del país. Siempre separaban a las familias. Era criminal. Creces con una idea equivocada sobre tu familia, sin saber cómo sentirte respecto a ella. La deportación sistemática de niños y niñas es un crimen de lesa humanidad.

La vida en la costa

En Bélgica, crecí en la costa. Había una apertura, una conexión con el resto del mundo. Sin embargo, la familia adoptiva con la que vivía no era la adecuada. La madre había sufrido numerosos abortos. Ella quería un segundo hijo o hija, pero yo me sentía aislada e ignorada, y prefería al padre. Eso creó una división. Me vestían con ropa rota, y no me daban dinero para estudiar. Lo único que aún me conectaba con mi hermano y mi hermana era que a mi padre le habían concedido la tutela de los tres. Cuando tenía 11 años, me encontré con nuestros expedientes y empecé a descifrarlos. Encontré mi certificado de nacimiento, y la primera palabra francesa que vi fue “hija ilegítima”. Me quedé conmocionada.

Viví con mi familia adoptiva hasta los 16 años, y luego me fui a estudiar a Gante, donde hubo un levantamiento estudiantil. Mi padre biológico nos dejó un seguro para que estudiáramos. Como yo era su hija legal, y el Estado me consideraba huérfana, recibí prestaciones dobles del gobierno. Hice amistades duraderas y conocí a activistas. Acepté un empleo en una organización que proporcionada contracepción y rápidamente me di cuenta de que el activismo estaba hecho para mí. Ayudé a crear refugios para mujeres en Gante y un foro para que los niños y niñas compartieran sus problemas, mientras intentaba reconciliarme con mi pasado.

No hay justificación para secuestrar a una niña y enviarla a vivir con personas desconocidas en el extranjero. Es un crimen.

Jacqui Goegebeur, activista

Finalmente entablé relación con mi hermano y mi hermana. Sin embargo, nunca pude tener relación con mi madre. Cuando la vi de nuevo, no fue agradable.

Cuando cumplí los 21 recibí una herencia de mi padre biológico. Compré una casita en la ciudad y utilicé el resto para viajar a Ruanda. Fui a buscar a mi madre, y la encontré. Recuerdo claramente el entorno. Era tan hermoso. Las colinas estaban llenas de gente esperando a que nos reuniéramos. Yo llegué, y mi madre también. Me acompañaba un traductor que prometió decirme lo que ella decía. Sin embargo, a medida que nuestra reunión avanzaba, él me dijo que mi madre mentía: decía que estaba sola, pero el traductor dijo que tenía esposo y dos hijos. Fue como si me torturaran. Me di la vuelta, me marché y no volví la vista atrás. No pude gestionarlo.

Crecimos preguntándonos sobre las cualidades de nuestras madres: ¿era una madre cariñosa, o una mujer de vida ligera? ¿Le importábamos? ¿Por qué nos dejó? Lamento muchísimo haberme marchado, pero es algo con lo que tengo que vivir.

El momento en el que todo cambió

Siempre sentí que tenía una vida secreta, y quería saber cosas de mi pasado. Cursaba estudios africanos mientras trabajaba a jornada completa en la empresa tecnológica IBM. En 2007 fui a un coloquio en el que los oradores tenían una visión tolerante de la colonización. En un momento dado, un periodista dijo que aquel era un buen momento para estar en África, ya que la juventud vivía con libertad y tenía una mente abierta, pero no con las mujeres locales. Yo no podía aceptarlo, especialmente porque apenas se había hablado de los niños y niñas metis, de sus madres y de cómo les había afectado la colonización, así que pasé a la acción.

Hablé con el director del centro de investigación y le pedí un estudio específico de nuestro colonialismo belga y su impacto en el pueblo africano. Él accedió. El acceso a los archivos federales no era fácil. Los documentos sobre quién nos trasladó desde Ruanda hasta Bélgica estaban rodeados de secretismo. Sin embargo, mi esposo, director de privacidad, nos dijo a quién escribir. Con el apoyo de alguien como él, sabía que no fracasaría. Finalmente, el archivo nos concedió el acceso. La cuestión cobró impulso, con varios grupos de metis exigiendo respuestas.

Jacqui Goegebeur asistió recientemente a Dekoloniale Berlin junto con Genevieve Kaninda, de African Futures Lab, que la ha estado ayudando a difundir su historia y a luchar para obtener reparación y justicia.
Jacqui Goegebeur asistió recientemente a Dekoloniale Berlin junto con Genevieve Kaninda, de African Futures Lab, que la ha estado ayudando a difundir su historia y a luchar para obtener reparación y justicia.

Quería reunir al mayor número posible de niños y niñas metis y, en 2008, un grupo de personas mestizas de diversas edades procedentes de Bruselas, Gante y Amberes empezó a recopilar testimonios y a buscar financiación. En 2010, el tema de las Fiestas de Gante fue “Las personas mestizas de la colonización belga”. Finalmente publicamos nuestro libro, The Bastards of Colonisation, que vino seguido de exposiciones y cobertura en la prensa. Fue un éxito fulgurante: lugares de celebración abarrotados, un gran número de visitantes, y más: un documental en la televisión regional, en la belga y en las de otros países.

Recogimos firmas para exigir el acceso a nuestros archivos. Gradualmente fuimos conociendo lo que nos habían hecho, conseguimos fondos y adquirimos una función de liderazgo.

Un crimen de lesa humanidad

Hablamos en nuestros distintos Parlamentos de Bélgica, donde contamos nuestras historias y pedimos reconocimiento, acceso a nuestros archivos y apoyo para comprender nuestra historia. Aunque la gente está conociendo nuestros casos, y Bélgica ha emitido una disculpa, aún pregunto: “¿Cuál fue su justificación?” Sin embargo, no hay justificación para secuestrar a una niña y enviarla a vivir con personas desconocidas en el extranjero. Es un crimen.

Hay muchísimas historias de niños y niñas metis, y todas son terriblemente espeluznantes. Hubo niños y niñas del antiguo Congo Belga, ahora República Democrática del Congo, a quienes dejaron solos en instituciones aisladas, lejos de sus familias, en entornos sumamente peligrosos y hostiles. Mi hermano, que finalmente fue enviado a Dinamarca, fue víctima de explotación. Escapó a América, donde vivió como migrante indocumentado porque, hasta hace poco, la Embajada de Bélgica no le proporcionaba documentación a pesar de ser ciudadano belga.

Durante muchos años, la palabra metis estuvo enturbiada, pero hemos tratado de reivindicarla. Estas palabras nos impiden alcanzar nuestro potencial. Nunca puedes ganar; estás justo en un punto intermedio. Por eso hemos elegido nuestra propia palabra, y hemos pedido que los metis existan sin acento en la é. El Estado belga tuvo que introducirla en el diccionario neerlandés oficial, sólo entonces pudo votarse la Resolución Metis.

De cara al futuro, somos muchos los quepedimos reparación, pero de diferentes maneras. Yo quiero que se financien estudios que nos ayuden a comprender nuestro pasado. Sin embargo, ya estoy jubilada, y muchos niños y niñas metis ya tienen más de 70 años. Es duro seguir con la lucha. El apoyo de organizaciones como African Futures Lab y Amnistía Internacional lo es todo para mí, ya que nos ayuda a seguir contando nuestra historia.

Aunque ha sido difícil ser una metis, las experiencias que he vivido me han convertido en lo que soy.

Este artículo se publicó originalmente en Al Yazira

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