
Por Jose Julian Torres Cruz
Activista de Amnistía Internacional México
Hoy me acordé de la primera vez que alguien me llamó ‘maricón’ en la primaria. Me dolió, pero hoy esa palabra ya no me daña: la reapropié.
Salir del clóset debería ser una celebración, no un riesgo. Para muchas personas LGBTIQ+ en México, ese momento que marca un antes y un después en la vida, está atravesado por el miedo, la incertidumbre y, muchas veces, la violencia. En mi caso, salir del clóset fue liberador, pero también doloroso. Descubrí que ser visible en un país como el nuestro sigue siendo, tristemente, un acto de alto riesgo.
México continúa siendo uno de los países más peligrosos para la comunidad LGBTIQ+ en América Latina. Las cifras lo demuestran.
Según el reporte anual sobre crímenes de odio y asesinatos de personas LGBTIQ+ en México más reciente de Letra S, en 2023 se documentaron 88 asesinatos de personas LGBTIQ+ por motivos relacionados con su orientación sexual o identidad de género. De estos casos, más de la mitad fueron mujeres trans, muchas de ellas trabajadoras sexuales, asesinadas con niveles extremos de violencia. Se trata de crímenes de odio: asesinatos motivados por el desprecio hacia lo que somos.
Además, el Trans Murder Monitoring colocó a México como el segundo país a nivel mundial con más transfeminicidios, después de Brasil. Esta estadística no es solo un número, es una herida abierta: muestra que las personas trans siguen siendo las más expuestas a la violencia extrema, sin que el Estado les garantice su derecho a la vida, a la identidad, a la justicia.
Uno de los factores que perpetúan esta violencia es la impunidad. Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBTIQ+, más del 70% de estos crímenes no son investigados adecuadamente. La mayoría de las fiscalías estatales no cuenta con protocolos efectivos con perspectiva de género y diversidad sexual. En muchos casos, ni siquiera se identifica correctamente la orientación sexual o identidad de género de la víctima.
Esto genera una doble violencia: primero la que mata, y luego la que calla. El silencio institucional, la omisión y la negligencia se convierten en aliados de los agresores. La justicia llega tarde si llega y la reparación del daño es inexistente.
En este contexto, muchas personas LGBTIQ+ deciden permanecer en el clóset. No por falta de orgullo, sino por una necesidad de sobrevivir. Ser abiertamente gay, lesbiana, bisexual, trans o no binarie en muchos espacios del país, sobre todo en comunidades rurales o contextos conservadores, significa perder oportunidades laborales, ser excluides de la familia, enfrentar violencia escolar o comunitaria, y estar en constante alerta.
Salir del clóset se convierte entonces en un acto profundamente político: no solo estamos hablando de identidad, sino de dignidad. De la necesidad de reclamar nuestro derecho a existir sin pedir permiso.
A pesar de la violencia y el miedo, la resistencia florece. Colectivos, redes de apoyo, activistas y personas defensoras de derechos humanos en todo el país están construyendo espacios seguros, generando acompañamiento, promoviendo leyes, luchando contra los discursos de odio y visibilizando nuestras luchas.
En los últimos años, se han aprobado avances importantes en materia de reconocimiento de la identidad de género, matrimonio igualitario y protocolos de atención. Sin embargo, estos avances son desiguales, fragmentados y muchas veces solo existen en papel. Aún falta voluntad política, presupuesto, capacitación y una transformación real en el sistema de justicia.
Salir del clóset no debería ser un acto de resistencia, pero en México lo sigue siendo. No tememos ser quienes somos, tememos no ser aceptades. Pero aun con miedo, muchas personas deciden hacerlo, porque vivir en verdad es también una forma de lucha.
Cada vez que alguien decide ser visible, se convierte en testimonio de otras posibilidades. De un mundo más justo, más amoroso, más libre.
Porque si amar sigue siendo un riesgo, entonces amar también es una forma de protesta.
No basta con tolerancia, exigimos justicia
La comunidad LGBTIQ+ en México no quiere tolerancia. Exige derechos, justicia, reparación y garantías de no repetición. Exige vivir sin miedo. Exige un Estado que no solo legisle, sino que actúe. Un país donde salir del clóset no sea un parteaguas entre la vida y la muerte.
Amar no debería ser peligroso.
Tener una identidad diversa no debería significar ser blanco de odio.
Exigir justicia no debería costarnos la vida.
Mientras eso no sea una realidad, seguiremos alzando la voz.
Porque nuestras existencias no son negociables.
Porque no seremos silenciades.
Porque estamos aquí, resistiendo y soñando con un mundo más justo.
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