En 2020, un simple grupo de moléculas hizo estragos en todo el planeta. Un virus muy localizado, invisible al ojo humano, desencadenó con notable rapidez una pandemia mundial. Con independencia de su origen preciso, aún por determinar, el coronavirus causante de la COVID-19 y su elevado número de víctimas pudieron multiplicarse gracias, en parte, a un entorno global de desigualdades más amplias y profundas dentro de los países y entre ellos. Las políticas de austeridad, que habían debilitado las infraestructuras y los sistemas de salud públicos, y una arquitectura internacional débil en forma, función y liderazgo no hicieron sino empeorar mucho más la situación, que también se vio agravada por la presión ejercida por jefes y jefas de Estado que demonizaban y excluían, imponiendo constructos arcaicos de la soberanía del Estado y propagando planteamientos negacionistas de la ciencia, la evidencia y las normas universales.
Son tiempos excepcionales. Pero ¿hemos estado a la altura del desafío?
Los tiempos excepcionales obligan a dar respuestas excepcionales y exigen un liderazgo excepcional.
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