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Una mirada a los Juegos Olímpicos desde los derechos humanos

Carlos de las Heras (@carlisevic)

Carlos de las Heras (@carlisevic)

Responsable de países en Amnistía Internacional

Estas dos últimas semanas se está celebrando la 32ª edición de los Juegos Olímpicos. Dentro de unos años, seguramente los recordaremos como los “Juegos de la pandemia”, por sus estadios vacíos y por las ceremonias de entrega de medallas tras mascarillas y con algo a lo que el mundo se ha tenido que acostumbrar: la distancia social.

Son unos Juegos extraños, pero al mismo tiempo, y como cada cuatro años (esta vez cinco), están llenos de historias personales. Durante toda la Olimpiada, el periodo que tiene lugar entre la celebración de los Juegos, miles de atletas de todo el mundo entrenan en silencio y sueñan con la posibilidad de subir a un podio a recoger una medalla que dé sentido a todo su entrenamiento.

Desde el punto de vista de los derechos humanos, los Juegos Olímpicos también están llenos de historias. Una de las más importantes tuvo lugar en México 1968 cuando, tras ganar el oro y el bronce en los 200 metros lisos, Tommie Smith y John Carlos, levantaron el puño derecho mientras sonaba el himno estadounidense. Llevaban un guante negro que ha pasado a la historia de las reivindicaciones sociales en el ámbito deportivo. En su autobiografía, Smith explicó que había tratado de hacer un “saludo por los derechos humanos”.

Raven Saunders, de Estados Unidos, posa con su medalla de plata. Durante la ceremonia de entrega de medallas, Saunders bajó del podio, levantó los brazos por encima de su cabeza y formó una "X" con sus muñecas. Cuando se le preguntó qué significaba explicó: "Es la intersección donde se encuentran todas las personas oprimidas".

Raven Saunders, de Estados Unidos, posa con su medalla de plata. Durante la ceremonia de entrega de medallas, Saunders bajó del podio, levantó los brazos por encima de su cabeza y formó una “X” con sus muñecas. Cuando se le preguntó qué significaba explicó: “Es la intersección donde se encuentran todas las personas oprimidas”. © AP Photo/Francisco Seco

Los tiempos han cambiado. Los mercados, la publicidad y los contratos multimillonarios controlan cada gesto y ahora este tipo de reivindicaciones están expresamente prohibidas por el Comité Olímpico Internacional (COI), que vigila que se cumplan los rígidos protocolos y que todo esté “bajo control”. Aún así, sigue habiendo valientes deportistas, como la lanzadora de peso estadounidense Raven Saunders, que tras recoger su medalla de plata, levantó los brazos en forma de X. Saunders, integrante de la comunidad LGBTI, lleva meses luchando contra la depresión y la ansiedad. Tras su gesto, declaró que “para mí haber ganado esta medalla, y que eso sirva de inspiración al colectivo LGBTI, a las personas con enfermedades mentales y a las minorías negras, es algo que significa todo”, algo que no parece haber gustado al Comité Olímpico Internacional, que ha abierto una investigación sobre el asunto.

También relacionada con el colectivo LGBTI está la historia de Tom Daley, flamante ganador de la medalla de oro en salto desde la plataforma de 10 metros y que ha se ha convertido en uno de los protagonistas de los Juegos por dos motivos. Primero, cuando dijo que estaba “increíblemente orgulloso de ser gay y campeón olímpico”, enviando un mensaje de apoyo y solidaridad a toda la comunidad gay, y después, cuando su imagen tejiendo en las gradas llenaba las televisiones de medio mundo. Ese gesto, algo que Daley hace para aislarse de la presión y que ha aprovechado para recaudar fondos contra el cáncer, enfermedad que mató a su padre hace unos años, es uno más en la carrera de un atleta que siempre ha defendido su identidad.

El británico Tom Daley tejiendo en la grada del estadio.

El británico Tom Daley tejiendo en la grada del estadio. © REUTERS/Antonio Bronic

Otro gesto nos llegó desde el Centro de Gimnasia de Ariake. Al mismo tiempo que Simone Biles luchaba contra los “demonios de su cabeza” y ponía de manifiesto la importancia de la salud mental en nuestros días, las gimnastas de Alemania se llevaban un aplauso por su indumentaria. En un deporte marcado por cánones estéticos muy estrictos, Sarah Voss, Pauline Schaefer,Elisabeth Seitz y Kim Bui vistieron un uniforme de cuerpo entero en lugar del típico maillot para defender que “cada mujer y todo el mundo debería poder decidir lo que ponerse”. Más desapercibidas pasaron las integrantes del equipo egipcio de natación sincronizada, que participaron, al igual que el resto de deportistas, en bañador y maquilladas, algo que debería ser lo normal, pero llama la atención que al mismo tiempo, en Egipto las jóvenes estén siendo castigadas por su manera de bailar, hablar o vestir.

Simone Biles, de Estados Unidos, esperando para actuar durante la final femenina de gimnasia artística, el martes 27 de julio de 2021, en Tokio.

Simone Biles, de Estados Unidos, esperando para actuar durante la final femenina de gimnasia artística, el martes 27 de julio de 2021, en Tokio. © AP Photo/Gregory Bull

Pauline Schaefer, de Alemania, en un momento de su actuación en las barras asimétricas.

Pauline Schaefer, de Alemania, en un momento de su actuación en las barras asimétricas. © REUTERS/Lindsey Wasson

Desde las piscinas del Centro Acuático de Tokio llegaron más gestos, como el de dos hermanos separados por la guerra y abrazándose durante la ceremonia inaugural en TokioAlaa y Mohamed Maso vieron como la guerra en Siria truncaba sus vidas. Su padre era entrenador de natación en Alepo pero el conflicto les obligó a huir: primero a Líbano y luego a Turquía, donde tuvieron que pagar a un contrabandista para subirse a un bote que les llevó a Grecia. Después, caminaron hacia el norte de Europa. En los Juegos de Tokio participan bajo diferentes banderas: Mohamed en triatlón, representando a Siria, y Alaa lo hace en natación, bajo la bandera del Equipo Olímpico Refugiado, un equipo creado por el COI para visibilizar la situación de las personas refugiadas en todo el mundo.

Precisamente la abanderada de ese equipo, Yusra Mardini, es otra de las protagonistas de estos Juegos. Tuvo que dejar su país, Siria, donde entrenaba natación y jugarse la vida en el mar, en busca de un futuro. Mientras la embarcación en la que viajaba hacia Turquía junto a otras veinte personas comenzó a llenarse de agua, Yusra se lanzó al agua junto a su hermana Sarah y empujaron el bote hasta Lesbos. Para ella, “hubiese sido vergonzoso que se hubiese ahogado alguien”. Yusra quedó eliminada en los 100 metros mariposa. Recorrió los dos largos de la piscina de Tokio en poco más de un minuto. Seguramente tardó más en empujar la barca que le llevó hasta Grecia, una competición en la que sin duda ganó la medalla de oro.

Todos estos gestos son admirables pero pueden tener consecuencias negativas para la propia seguridad. Es el caso de la atleta bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya, quien tras quedar eliminada en la serie de clasificación para los 100 metros lisos, pidió asilo en la embajada de Polonia en Tokio después de que las autoridades bielorrusas intentaran devolverla forzosamente a su país natal. En Bielorusia, la administración deportiva ha estado sometida a un control gubernamental directo durante la presidencia de Alexander Lukashenko. Los y las atletas cuentan con el favor del Estado y el respeto de la sociedad, y no es de extrañar que los que alzan la voz se conviertan en blanco de represalias. En agosto de 2020, más de 1.000 atletas firmaron una carta abierta en la que pedían nuevas elecciones, el final de la tortura y otros malos tratos, y el cese de las detenciones de personas que se manifiestan de forma pacífica. Las represalias del gobierno no tardaron en llegar.

La velocista olímpica bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya sostiene una camiseta con el lema "Sólo quiero correr", el 5 de agosto de 2021.

La velocista olímpica bielorrusa Krystsina Tsimanouskaya sostiene una camiseta con el lema “Sólo quiero correr”, el 5 de agosto de 2021. © AP Photo/Czarek Sokolowski

Una de las firmantes, Alyaksandra Herasimienia, triple medallista olímpica que ha estado entrenando en natación a niños y niñas de Bielorrusia durante los dos últimos años, se sintió impulsada a alzar la voz en las redes sociales y se enfrentó a un dilema: “Tenía la opción de hablar o de quedarme callada. Para llevar a cabo nuestros cursos alquilábamos piscinas estatales. Todas las piscinas son estatales en Bielorrusia, por lo que comprendía que, si protestaba, mis colegas sufrirían, y los niños y niñas también”. En cuestión de días perdió todos sus contratos con piscinas en toda Bielorrusia. 

Por su parte, Yelena Leuchanka, dos veces campeona olímpica de baloncesto, también firmó la carta abierta y publicó sus opiniones en redes sociales. El 30 de septiembre de 2020 fue detenida en el aeropuerto de Minsk cuando estaba a punto de viajar a Grecia para recibir allí tratamiento por una lesión deportiva. Pasó 15 días recluida en el tristemente famoso centro de detención de Akrestsina en Minsk, en una celda para cuatro personas, la mayor parte del tiempo con cinco ocupantes. Obligadas a dormir en las estructuras metálicas de las camas, trataron de aliviar las molestias con ropa, periódicos y compresas higiénicas. La persona que dirigía el centro de detención les dijo que era deliberado. “Para asegurarse de que no querían volver”.

Miles de atletas de todo el mundo han pagado un alto precio por defender sus derechos. Según Naciones Unidas, se usa la expresión “defensor de los derechos humanos” para describir a la persona que, individualmente o junto con otras, se esfuerza en promover o proteger esos derechos. Se les conoce sobre todo por lo que hacen, pero también por sus propias experiencias. Si los gestos de deportistas como Raven Saunders, Tom Daley, Alaa y Mohamed Maso o las gimnastas alemanas sirven para que los Juegos Olímpicos de Tokio sean recordados como algo más que los “Juegos de la pandemia”, bienvenidos sean.

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